JASY JATERE

Era en las aciagas vísperas del rudo domeñar de lrala. En níveo Palacio labrado cual himno de lácteo itatî, (lta dice: piedra; morotî: blandura ¡que a carrera iguala!). Vivía una oculta princesa de Estirpe real Guaraní. En el regio altillo la Urutau era por misión divina encarnado numen tutelar del vasto reino Avareta; Arandu, el profeta, predijo a la raza dolor y ruina. Si varón supiera la diosa algún día, feliz para Aña. Y era subyugante la nubla princesa de fama florida. Y tan casta era que nadie lograba, ¡nadie!, una merced. Gloriosos guerreros por ella a flechazos jugaban la vida. Y príncipes bellos al pie del palacio morían de sed. Pero un día ingrato, Kavur, agorero de ciencia celeste, el tiempo es llegado, dijo y fue el presagio del Kavur he'i. "Que pronto traerían la ruina unos hombres venidos del Este. Que el fin ya sabría varón a la hermana del gran Guaraní". El presagio infausto levantó legiones de soberbia enhiesta, Con veloces nuncios, son flecheros fieros de la raza avá...

La guardia iniciaron los tigres y pumas bajo la floresta y entre los esteros, Chahá centinela ya no dormirá. Por cerros y prados rondaban los guardas de noche y de día, ungidas las flechas con cebos malignos de los mbóichini. ¿Quién el desdichado que hasta la princesa lleva su porfía, si como custodio de la casta virgen bramaba el país? fue una noche el caso: de que no podía conciliar el sueño la Urutau maga, presa de un secreto deseo de llorar, llorar por ser libre, volar por la noche, sin miedo y sin dueño cocuyo ambulante, noctívaga alada, volar y volar. Y a la media noche llega el Rey, exhausto su veloz vigia, tan de lejos ¡lejos! a contarle viene nueva novedad: "Que un príncipe rubio del Este aparece repuntando el día y apagando estrellas con los cabrilleos de su potestad". Viene presuroso, retozando en prados y saltando montes.

Levanta a su paso vasta polvareda de lúceo oropel. La noche al mirarle se escapa azorada tras los horizontes, la aurora es la espuma rosada que escupe su níveo corcel.. En ese momento viene otro vigia; le dice: "ya llega, ya llega y su escudo de enorme diamante no puedo mirar. La niebla desgarra su lanza de oro, y a su paso, riega himnos la garganta de fieras y aves que le ven pasar". Es él quien envuelto se viene en tormenta de luces y aromas; colora los ceibos, tiñe las mejillas, ¡sangra el arrebol! ¡ Ya llega, ya llega! Refulge su escudo detrás de las lomas y apareció el rubio príncipe anunciado. Era... era el Sol. El genitor mago que todo fecunda, que todo lo arroba, sin que nadie sepa, burlando a los guardias del celo real, por un entreabierto postigo dorado penetró en la alcoba de la Virgen casta que quiere ser libre, que quiere volar. Y allí en un instante glorioso, fue huésped viril en los brazos de Urutau Bella, que entonces un fruto de amor concibió. Mañana... lo espera, de nuevo lo espera... florido el regazo. Pero el Sol por alto pasa. que a su amada ya no conoció. La maga princesa flor de la hermosura, lirio de la raza, virgen sin mancilla, de la luna hermana, ¿quién se supondrá? Cómo envejecía, cómo se arrugaba su hermosura en pasa, -Todas las auroras aguardando al novio que ni la ve ya.

Hecha una haraposa vieja en dos, tres días íbase hasta el río a llorar de noche quien fue la encantada novia de la luz ! (Fue llegado el tiempo que Kavur predijo, y en unos navíos la ruina del Reino llegaba, trayendo la espada y la cruz). Muy transfigurada, su preñez deforme por el desconsuelo, un plumaje ralo, sucio y misterioso le cubrió el pudor; noctámbula suelta del sollozo, pudo levantar el vuelo una noche, -cuando dio la vida al' hijo, fruto de su amor.

Transformada en ave, desde aquel entonces por la noche vaga, entregando al viento las lamentaciones de su soledad, la que fue princesa numen de la estirpe, que una noche aciaga lloró por ser libre, noctívaga alada, por la obscuridad. A su hijito rubio dejó abandonado. Viviente tesoro, nació entre chircales en lecho de pasto, quien debió ser ¡ Rey! Y el bebé heredero del reino, en la mano su cetro de oro, lo llevó a los bosques a cebarlo en mieles su afligida grey. Y allí en el misterio del yerbal inmenso le escoltan sus fieles; los raudos "pomberos", los "póras" ambiguos, "kurupíes" de amor: se nutre de frutas, frescas ambrosías y doradas mieles, esperando un día restaurar al Reino su viejo esplendor. Aprendió este niño a remedar los silbos que dan las serpientes e imitar el canto de todas las aves con un caracol; suele en los caminos dejar sus pisadas las siestas ardientes; rubio como el padre, se pone invisible cuando sale el Sol.

Iluso del apto, llega a los poblados a rondar preñadas, silbar a algún niño mostrándole el cetro de su tentación; de noche, liberta pájaros cautivos, suelta las majadas, desata capullos de rosas y lirios, como profesión: su madre hecha ave, obscurece apenas, se pone -en la punta de un árbol marchito sangrando en lamentos: es el guâiguîngue y el reicito rubio, quizás memorando su raza difunta, silba entre los cardos... ¡Jasy-ja-tere-teré-tere!.

Realizado por: Victor I. Vera Cabrera. 
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